Hace tiempo coincidían en el
bar-churrería de la plaza a desayunar. Se sentaban los dos en la misma mesa.
Pedían lo mismo. Un día una manzana y un sándwich de jamón y queso. Otro día
cinco churros. Parecía haberse puesto de acuerdo. No hablaban, ni siquiera sabían
cómo se llamaba el otro.
Un día coincidieron en la
guagua. Casi al mismo tiempo vieron la cara del otro y salía de cada uno una
voz que preguntaba: “yo a ti te conozco
de algo”. Y uno de ellos responde: Sí, de jugar con los churros.
Y es que vivir es todo un
complejo arte, donde gracias a haber metido la pata en varias ocasiones, somos
un poco más sabios, dándonos cuenta que el silencio es tan buen compañero y
amigo como lo es la palabra. Y al igual que las palabras tenemos que aprender a
utilizarlo para sentirnos cómodos con él. Puede venirnos bien para frenar una
discusión, para cuando queremos "pasar” de aquella situación, para muchas
otras cosas.
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