Siendo una costumbre arraigada
en mí, sin embargo me deja nuevo, diría mejor
que rejuvenecido.
Aquella tarde necesitaba ver
la luna llena, rozar las paredes de su casa, tocar suavemente en sus puertas y
entrar situándome con serenidad.
Se que no voy a tener
dificultad, pues las estrellas están vigilando mis pasos. No tengo miedo de ese
encuentro. Las montañas, con sus sonrisas y nubes, me dicen que me esperan. Sé
bien que la luna me dejara muy claro que los sueños son más reales que la
realidad y que me esperan allí para demostrármelo.
Y desde ya, deseo que me ate
a sus brazos y no me deje escapar para, si alguna vez olvido quién soy, que no
lo olvidé ella.
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