Lo primero fue el agua. Eso
fue lo que hizo el grupo cuando llegó al parque Juan Pablo: ir a donde el agua.
Peces y patos bailaban
dejándose llevar por el aire. Y a la mente nos vino cuándo de pequeños nos
revolcábamos en el agua y la tierra convertida en fango.
Aviones que sobrevolaban, flores
plantas y racimos alrededor del estanque. Paseando por el parque vimos a
aquellos niños que corrían en favor de una sociedad en paz y que así no cortan
el fuego que siempre arde dentro de nosotros, primero por nuestros hijos, más
tarde por nuestros nietos y siempre por el mundo mundial.
Era como ensanchar nuestro
corazón para recordar que en lo que hoy parece una selva de silencio, por las
aparentes cenizas de las palabras que hoy salen de nuestras bocas, en un tiempo
daban luz a los que estaban a nuestro lado y con ella vamos a seguir alumbrando
todas las noches que nos quedan en la tierra. Nadie más tiene por qué hacernos
callar y nadie tiene razones para ello.
Con ese espíritu volvemos a
la residencia, unos cojeando, otros apoyados en Pablo, Aday y Christian. Y, ya
de vuelta, reunidos en el salón de El Palmeral, queremos confesarles que a
pesar de ser mayores -a pesar de ser viejos dirían algunos-, hoy queremos
cantar que nuestro corazón sigue teniendo ganas de amar y en nuestro cuerpo
otro montón de ganas... de bailar y de dejarnos llevar por la música, cosa a la
que con Mari Carmen recordamos, tales como aquellos ojos bonitos que tú tienes
mientras cantamos malagueña salerosa.
Pues es cierto que… toda una
vida estaremos contigo,
“no me importa en qué forma,
ni cómo, ni dónde,
pero junto a ti”.
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