- ¿Y te extraña que la gente
vaya con mascarilla por la calle?
- ¡Hombre! Reconóceme que no
es lo más normal. Pero aquí ya veo que estáis acostumbrados.
– No es costumbre, es
cuestión de necesidad Y soltó una risa que llamó la atención de la gente que
teníamos alrededor. Mucha gente, mucha, mucha gente, cantidad de gente. Os doy
mi palabra.
Mi amigo Yuan Shiu –“Juan”,
para sus amigos españoles- estábamos en la estación para regresar a Pekín desde
Tianjin. Esperábamos un tren de esos ultramodeno, que alcanza velocidades de más
de 400 kilómetros por hora, y que une ambas ciudades.
Todo ha cambiado -y muy
deprisa- desde que, a finales de los 90, fue uno de los primeros estudiantes
becados por el gobierno chino para aprender español en nuestro país. Ya habían
quedado atrás la Revolución Cultural y aquel terrorífico periodo de “La banda
de los cuatro”. Sus dirigentes habían
comprendido la necesidad de abrirse al mundo, de romper con un pasado tan
glorioso como dramático. Aun le recuerdo, tan enjuto como ahora, detrás de unas
gafas, aparentemente inseguro, pero con unas ganas inmensas de empaparse de
todo lo que una ciudad europea pudiera ofrecerle. Y supo aprovecharlo.
Cuando regresó a su tierra,
él, como muchos de su generación, supo aplicar lo aprendido, y hoy su país es
capaz de lanzar satélites a la estratosfera con la misma y primorosa sutileza
con la que los orfebres de las antiguas dinastías dibujaban delfines en el jade
de los emperadores. Todo un arte.
– Lo que no me imaginaba yo es
el frío que hace en tu país -le dije-. Te confieso que debajo de los pantalones
llevo un leotardo que compré ayer en el mercado que había cerca del hotel.
– Yo también -me contestó por
lo bajo entre risas.
Hoy Yuan es un técnico de
alto nivel en lo que aquí sería el Ministerio de Asuntos Exteriores chino. Y
viaja con frecuencia por medio mundo, con la misma actitud humilde de quien
piensa que aún le queda mucho por aprender. No solo se maneja con sorprendente
fluidez en nuestra legua. Inglés, italiano -y no sé que más- son parte de las
herramientas de su trabajo diario. Y, además, ha desarrollado un don de gentes
que le ha permitido mantener los viejos contactos, las amistades, que ha ido
ganándose con el tiempo. Se ha recorrido las más importantes capitales del
mundo, pero sigue enamorado de su Pekín -o Beijín, que dicen ahora-. Una ciudad
que intenta controlar su superpoblación -¡21 millones y medio de ciudadanos!- y
con graves problemas de contaminación del aire. Y no es la única megaciudad
china con similares problemas.
Lo sabe, pero, cuando surge
el tema, aflora su mentalidad oriental…
- A nosotros nos tocaba
colocar a nuestro país entre las tres primeras potencias económicas del mundo…,
acabar con el hambre que durante milenios ha azotado a nuestra gente. Era
nuestro reto y estamos a punto de conseguirlo. A la próxima generación le
tocará resolver ese problema. Si no ¿De qué podrán estar orgullosos ante sus padres
y sus hijos?
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