La primera vez que te vi fue
en casa de mi hermana, de quien eras amiga. Nos conocimos al entrar en su
habitación y vernos en los grandes espejos que decoran su habitación. Sé que no
te gustó la forma de mis piernas en el espejo, al igual que a mí me sorprendió
el relieve que marcó la luz de tubo en tus pómulos. Sí, es cierto que la
primera impresión influye, pero no es un dogma psicológico y por lo general las
primeras apariencias engañan.
Por todo ello hemos quedado
hoy entre la tarde y la noche, en lo alto del parque de nuestra ciudad, con
vistas a la cúpula de un edificio histórico. Es como ir a la historia desde la
sin historia.
Y en ese espacio luminoso nos
encontramos siendo nuestros primeros y largos minutos de conversación, un
espacio de tiempo dónde nuestras palabras se desnudan y solo cobran la forma de
tu cuerpo que yo veo y la forma del mío que intuyo estás mirando. En ese largo
momento de silencio adoro tu belleza muda, al tiempo que siento que tú te deleitas
con la mía. Y me gusta descubrir el
paréntesis de tu sonrisa al tiempo que, con tu mano rozas mi brazo, palpas los
puntos suspensivos que en él se han formado. Era todo un simbolismo de que algo
bello ha comenzado.
Este primer encuentro a solas
es un ejemplo de la elocuencia del silencio, totalmente pleno cuando, con tus
besos, tu boca queda dentro de la mía y tu voz se apaga dormida en mi garganta.
Muy intenso! Hay encuentros que son inolvidables, dejan una huella en nosotros y somos incapaces de borrarla porque llegan a definirnos, a formar parte de nuestras vidas y creo que en este pequeño "relato" lo has mostrado muy bien, los momentos se viven intensamente.
ResponderEliminar¡Un saludo!