No es fácil encontrar el
pequeño puesto de frutas de Hakim. Es uno de los más viejos, de los de “toda la
vida”. Antes lo fue de su padre y, antes, del padre de su padre. Modesto, pero
siempre bien surtido. Y sus habituales lo saben. Nunca está abarrotado, cierto,
aunque no le faltan clientes, a los que Hakim siempre les dedica una sonrisa y
con quien, en muchas ocasiones, entabla una sabrosa conversación, que vas más allá
de un cortés intercambio de saludos.
Yo creo que lo prefiere así.
Ha tenido muchas oportunidades para trasladar su puesto a un lugar más
concurrido del mercado. Y sus ganancias hubieran sido mayores a estas alturas.
Pero no es lo que Hakim desea. No cambia el tintineo de más monedas en su
bolsillo por esos momentos de aparente soledad, en los que se sumerge en la
lectura de viejos libros que caen en sus manos. Hoy, por ejemplo, repasa una y
otra vez un viejo volumen de qasidas persas.
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