Mi abuela me
invitó a celebrar mi cumpleaños en la ciudad donde nací. Es la primera vez que
piso del hotel Green Beach, pero tengo la sensación de conocer el lugar. Igual
es por las tantas y tantas historias que mi tía Alicia me ha contado del tiempo
de mi infancia. Llegamos a la hora del almuerzo y durante la comida he conocido
a alguien. Yo he querido salir del baño y ella entrar quería entrar. Hemos tropezado
en la puerta. Fue la ocasión de conocernos, reírnos un poco del choque, iniciar
una conversación y quedar las dos por la tarde en la cafetería del Club de los
poetas muertos.
Por otro lado,
me sigue oliendo a gato muerto la invitación de mis abuelos a venir aquí,
máxime cuando descansando un rato me he despertado sobresaltada porque uno alto
amarillo ha saltado sobre mí como si fuera lo más normal del mundo.
A la mañana
mientras desayunábamos pude comprobar lo extraño de las costumbres del lugar.
Junto al café con leche y un bocadillo de queso tierno, nos sirvieron una jarra
de cerveza y, como pinchó para picar, un hilo de pimientas piconas. Parece que
es una costumbre de la casa.
Tampoco pude
dormir la segunda noche, pensando de nuevo en el gato. Y sobre las 3 de la
madrugada, cuando pensaba ya que era una tontería y que tendría que haberme
dormido, fue cuando el gato negro de ojos amarillos salió debajo de mi cama. Y
aunque el que lea esto no se lo crea, puedo jurar que hizo un gesto con la
cabeza como para que lo siguiera, llevándome escaleras abajo hasta el lugar del
recepcionista, quien me entrego unas
hojas amarillas donde había escrito mi diario. Toda una sorpresa sorpresa
descubrir que no eran las únicas hojas con mi letra y que me confirmaba mi
sospecha: No era la primera vez visitaba el hotel, aunque también pudiera ser que
el recepcionista me ha confundiera con mi tía o
con mi abuela que, tiempo atrás, frecuentaban el viejo edificio. Las
piezas no terminaban de encajar en mi cabeza, como si de un puzzle
difícil de resolver se tratara.
Aquella noche
llego también Julieta, su hermana mayor, que le dio la oportunidad de conocer
todos los detalles de su historia. Había llegado el momento y así lo manifestó
en voz alta el encargado de la ceremonia. Como cada vertidos años se reunían en
el mismo hotel para celebrar la unión de o vida con muerte
Y todo
transcurrió tan deprisa que solo los devotos de aquella secta fueron capaces de
ver cómo la cumpleañera tomaba un líquido especial hasta convertirla en una
pequeña infante digna de presentar como sacrificio.
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