De joven estudiante de
bachillerato, en la clase de filosofía nos repetían con frecuencia que la
naturaleza es como una madre que sabe educar y de la que hay muchas cosas que
aprender. Por ejemplo, aprender del viento que nos acaricia sin dejarse ver. O del
sol que ilumina, calienta y anima la vida sin hacer ningún ruido. Aprender de
los pájaros que cantan escondidos en la espesura del bosque como una madre
entregada a sus hijos sin contar jamás las horas trabajadas. Y por supuesto de
aquellos que tenemos cerca y qué comparten lo que tienen y lo que saben sin
anunciarlo ni publicarlo.
Que la fuerza de la
naturaleza también se muestra desde los que antes de nosotros han sabido
reproducirla en su lucha contra la injusticia sin pasar recibo por los
servicios prestados. No han sido perfectos, pero han puesto toda su carne en el
asador. Tomemos el ejemplo de aquellos que, sabiendo que la naturaleza no es de
propiedad privada, han sabido compartir sus cosas y su esfuerzo sin ningún tipo
de aspaviento.
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