Fue un notición durante largo
tiempo. Una monja deja sus hábitos para convertirse en artista erótica. Del
convento a las cámaras. Del no mostrar aspecto alguno de su cuerpo, cubierta
integralmente por el hábito al ir enseñando poco a poco todos y cada uno de sus
encantos por una webcam. De comer cada día del fruto del huerto monacal a comer
día a día de su trabajo. De dormir sola en una habitación al hacerlo en
compañía de aquel por quién dejó el convento –curiosamente por amor a un
profesor que daba catequesis a los niños en una parroquia donde ella también
colaboraba-.
¿Una doble vida? ¿Por qué? La
vida no se compone de un rollo continuo, sino de diferentes capítulos que, para
enlazarse unos con otros, no necesitan tener el mismo color.
No. No fue fácil adaptarse,
ni para el uno ni para el otro. Por eso con frecuencia se preguntaban: ¿Habremos
metido la pata hasta el fondo?
Cualquier trabajo u opción
que tomáramos iba a tener sus puntos y comas, la mayor parte provenientes del
exterior, como suele ocurrir en muchos casos similares. Y por otro lado, ambos,
a la hora de afrontar los nuevos capítulos de sus vidas, eran conscientes de
que hay una gran diferencia entre que te guste la idea de hacer algo y el hacerlo
realmente.
Lo que si se ve claro es que
los protagonistas de la historia no siguieron con el piloto automático puesto,
cual es hacer lo que hace todo el mundo o dejarse llevar por el primer impulso.
"Nada de lo que fue
vuelve a ser, y las cosas, los hombres y los niños no son lo que fueron un
día"
(Ernesto Sábato)
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