Tener menos gastos y cambiar
el servicio de limpieza. O lo que es lo mismo: pagarle menos y que trabaje más.
Esa parece ser la conclusión de mi comunidad de vecinos en estos temas de aseo
y limpieza de escaleras y portales. Es que limpiar no parece un trabajo a
valorar y considerar. No sirvieron mis argumentos. Es un trabajo cansado,
físicamente agotador. Humanamente imposible pedir más en seis horas. Y además hubo
gente que ni protestó del tema. Permaneció sin decir esta boca es mía
Desde siempre estos trabajos
de limpieza se han visto infravalorados. Como si solo valiéramos los que hemos
podido acceder a un título de técnico medio o universitario; como si solo fuéramos
dignos de consideración los que nos sentamos detrás de una mesa, utilizamos un ordenador
o damos unas charlas o clases. Las limpiadoras y los limpiadores no valen
tanto. Lo mismo pasa en la oficina donde trabajo. Viene una chica una vez a la
semana tres horas y pretenden que ocho despachos, dos pisos y una escalera se
queden brillando durante toda la semana. A eso hay que añadir los baños que se
usan a diario, tanto por personal como por visitantes. Lo comenté en voz alta
en una reunión, referí mis apreciaciones y valoraciones anteriores y casi me
matan. Poco falto para que se me acusará de deslealtad a la empresa. Propuse
que fuéramos nosotros, si no tenemos dinero para la chica de la limpieza, los
encargados de asear nuestros propios despachos y no fueron pocas las burlas que
cayeron sobre mí. Sugerencia en vano.
El mundo anda mal repartido,
me lo decía mi abuela. Pero que los que presumimos de conciencia social y nos
quejamos de la insensibilidad de los políticos en estos temas somos cómplices,
por silencio al menos, de esta injusta situación.
No sé al final qué pasó en la
comunidad, pues me fui antes de que acabara en la reunión. Era voz la clamaba
en el desierto.
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