Se sentía con unas cuantas carencias en la vida: no
cantaba bien y no había forma de aprender a tocar la guitarra. Y el mismo se
añadía más cosas. Se sentía inferior a los demás. Y pensaba: ”Soy tan distinto
que vivo lejos, al sur, en los límites con la tercera división”.
En la familia y en la escuela nos habían enseñado que “Siendo
diferentes, somos iguales. Somos iguales
en dignidad, en derecho, en consideración. No lo somos en forma de ser y
expresarnos, en opciones, en ideas, en costumbres, etc. Somos diferentes- hasta
un jardín con todas las flores del mismo color resultaría feo -, pero nuestras
diferencias no nos hacen merecer tratos diferenciados.
Hoy, ante su majadería, se lo volví a recordar: “Déjate
la venda que te han puesto y seguirás viendo a unos con más prestigio y otros
con menos. Todos tenemos falta de algo. Pero todos tenemos también la misma
dignidad y nos merecemos el mismo respeto”.
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