Se había hecho el compromiso de leer dos o tres capítulos
diarios de un libro. Llevaba dos semanas cumpliéndolo a rajatabla y con gusto.
Ayer, sin embargo, llegó tarde a casa, donde le esperaban otras tareas que eran
de su responsabilidad y, en el ajetreo de ejecutarlas, se acordó que no había
realizado lo prometido. El mal humor lo invadió de repente. Estaba fallando a
su compromiso. De nada le valdría abrir el libro al acabar su tarea, pues estaba
rendido de cansancio.
Y de repente, volvió la tranquilidad consigo mismo. Recordó como aquella tarde se había enganchado al escaparate de una librería de segunda mano que habían inaugurado en el barrio donde vivía su madre. Casi una hora había estado ojeando libros, leyendo muchas carátulas con su resumen y fijando su atención en las páginas interiores. Y se dijo: ¿Engancharse al escaparate de una librería no es leer? Su promesa seguía en pie, avalada ahora por su compromiso personal.
Y de repente, volvió la tranquilidad consigo mismo. Recordó como aquella tarde se había enganchado al escaparate de una librería de segunda mano que habían inaugurado en el barrio donde vivía su madre. Casi una hora había estado ojeando libros, leyendo muchas carátulas con su resumen y fijando su atención en las páginas interiores. Y se dijo: ¿Engancharse al escaparate de una librería no es leer? Su promesa seguía en pie, avalada ahora por su compromiso personal.
No sé. Es como tener obligación de amar, eso no puede ser, que no está mal el reto. Lo que quiero decir es que, por no hacerlo un día no se deja de apreciar o sentir...
ResponderEliminarSí. Creo que pienso como tu. Pero el personaje del relato sé que se lo toma como un compromiso personal. Dice que lo hace por su desidia anterior.
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