Una vez más hoy al llegar cansado del trabajo, y
nervioso por lo que había ocurrido, lo primero que me encuentro al abrir la
puerta de casa fue tu sonrisa. Es una sonrisa que da vida como cuando uno está asfixiado
y le dan oxígeno.
Y de esta manera, aburrido de tanta gente difícil
con la que uno se encuentra y tenso por todo ello, tu sonrisa fue capaz de
cambiarme y subirme a lo alto del ropero para coger la guitarra y comenzar a
hacerla sonar.
Mañana, pues, iré de nuevo a trabajar. No tendré
miedo al enfrentarme a los que con cara de elefante llegan exigiendo. Algunos parecen
me van a envolver en sus trompas para después de darme unas vueltas por el
patio de la empresa, arrojarme al barranco que se divisa desde una de las
ventanas de la oficina-almacén que es el sustento de nuestras vidas.
Que venga quien venga, ya no les temo ni me
asustan. Tu sonrisa, cuando me recibes en casa, y que culmina siempre en abrazo
reconfortante, me vuelve a la novedad del vivir. Una vida que no la encierras
en casa entre los dos, sino que, viendo los problemas que nos rodean y
observando al tiempo las fallas del mes de marzo, contemplamos desde las
ventanas como conversan, entre los cañaverales, los amigos que hace tiempo no
vemos, mientras el cambio de estación nos hace más visibles las hojas marinas
iluminadas por la luna y flotamos en el sueño de los que viven y duermen en
medio de las aguas.
¡Cuántos amigos hace
nuestro amor que descubramos en la tierra que nos ampara! Por eso solo recordar
tu sonrisa a lo largo del día me da fuerza y vigor.
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