A su lado se encontraba cada día
gente desesperanzada. Vivian en el derrotismo de que todo iba a peor.
Ella, sin embargo, valoraba aquello
que le rodeaba: el fuego, el vapor, el crisantemo, el aire que respiraba y aquel pequeño caracol que se enroscaba en
la piedra que sostenía una maceta de flores a la puerta de su casa.
Su capacidad de amar le daba fuerzas
para la acción de cada día. Y cuando se encontraba con gente sin esperanza se
preguntaba si ella no podría trasmitirla.
Y de pequeñas preguntas que se iba
haciendo conseguía con su testimonio pequeños espacios para que otros se
uniesen con ella a valorar primero y antes que nada que existían, que tenían
vida.
No dejaba de sentir ese amor que
llevaba por dentro, pero muchas veces deseaba tener una sencilla razón que le
hiciera comprender por qué la tristeza y el derrotismo podían tener más fuerza
que la esperanza y que la confianza en sí mismo.
Me encanta la entrada; sobre todo me gusta que te abre la mente a pensar y a mirar, no tanto con los ojos físicos sino con los del alma. Sin embargo, el pero que le pongo es que echo de menos el apoyo de la versión leída. Creo que enriquece y fortalece el mensaje.
ResponderEliminarEn cualquier caso, felicidades,