domingo, 3 de diciembre de 2017

La Huelga del Fin del Mundo

A través del humo de las máquinas, John vio la señal que le hacía su compañero... la transmitió a los que estaban a su alrededor: la huelga había empezado. Eran muchas las lágrimas que se habían derramado, demasiada gente con luto donde se había perdido la noción de los colores, el personal sanitario hacía guardias de cuarenta y ocho horas para poder calmar aquel dolor que hasta se respiraba en las paredes, y los cementerios no podían cerrar las noches ni los fines de semana, pues era incontable el número de inquilinos que a diario solicitaban una plaza.

Cada día aparecían por el pueblo gente diferente con folletos de triste color que repartían por doquier llenos de imágenes fantásticas de ángeles, monstruos y cataclismos. Se hacía necesario la aparición de otra gente que aportara nuevos descubrimientos, otro tipo de revelaciones que hicieran posible un mundo otro, donde se pudiese vivir al menos sin que la comida te hiciera daño en el estómago.

De esta manera, como si de un nuevo apocalipsis se tratara surgió un minúsculo grupo de personas que sembraban otras semillas como “si te están haciendo daño es que son malas personas” y “no tienes por qué tolerar al que conscientemente te hace daño”, “de la misma forma que han sido pacientes y constantes soportando ese sufrimiento, es la hora de aumentar la constancia y la paciencia para quitarle a ellos el candelero y seamos todos los que compartamos la luz en este pueblo”.

Y les advertían: esto va a ser una lucha, pues nos vamos a manifestar contra los que han dirigido nuestras vidas para ser nosotros los que la llevemos adelante. Así pues, la lucha no será en vano. Si vencemos tendremos un premio: la libertad. Y recordemos que la vida solo merece la pena ser vivida si es en libertad. Iremos en el bregar de cada día a por todas. No nos conformaremos con que el cementerio pueda cerrar por las noches y los fines de semana. Queremos un mundo donde no haya llanto, dolor provocado o muerte programada.

Seamos conscientes: todos sabemos que estáis sufriendo y que son pobres, cuando en realidad sois ricos. Por un nuevo nombre nos conocerán cuando comencemos a luchar contra el mal organizado porque un nuevo mundo comenzará.

Y así fue cómo aquella multitud que parecía una suma de nadies empezó a beber valor, coraje, prudencia, y riesgo.

Y así fue cómo los eternos agoreros de siempre –aquellos que se creyeron dueños de cuerpos y almas- comprobaron que la rebeldía puede anidar en cualquier corazón.


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