Debe ser una experiencia fascinante contemplar el planeta Tierra desde el
espacio. Un planeta (todavía) azul y hermoso, en el que, conforme te acercas,
empiezan a distinguirse la forma de los continentes, los ríos, las cordilleras
montañosas, los desiertos… Pero, por mucho que te acerques, no distingues dónde
empieza y dónde termina un país o un estado.
Luego, si cae en tus manos un atlas lleno de mapas “políticos” te sorprende
encontrar infinidad de líneas restas –o de puntos y rayas- que delimitan
fronteras, esos inventos que hemos creado los hombres para impedir que nos
mezclemos unos con otros.
Tan artificiales son las fronteras que creamos los humanos que van y
vienen, cambian, se desplazan, desaparecen, surgen de nuevo… Existen los
continentes, los océanos; existen los desiertos, las sábanas, los valles, las
islas…, pero no existen las fronteras. Las fronteras –las físicas y las otras-
las creamos los humanos.
Entre tu pueblo y mi pueblo
hay un punto y una raya.
La raya dice no hay paso,
el punto, via cerrada.
Y asi entre todos los pueblos,
raya y punto, punto y raya.
Con tantas rayas y puntos,
el mapa es un telegrama.
Caminando por el mundo
se ven rios y montañas,
se ven selvas y desiertos
pero ni puntos ni rayas.
Porque esas cosas no existen
sino que fueron trazadas
para que mi hambre y la tuya
estén siempre separadas.
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