Ya estamos en
esos días en los que la frase que más se repite es ese “felices fiestas” que
nos damos unos a otros, aun a sabiendas que felices, felices, lo que se dice
felices no lo van a ser. Porque basta
que haya una persona en el mundo que no sea libre, para que haya que seguir
luchado por la libertad.
El año pasado
también nos lo dijimos, y el anterior, el anterior y el otro. Y resulta que
este 18 lo hemos vivido de convulsión en convulsión desde el gran Trump hasta
el aparente no sabía nada Puigdemonnt, pasando por el famoso cura francés
Y el canto de la
realidad ha sido ese: No al acuerdo de
paz en Colombia, los refugiados muertos en el mediterráneo, los que huyendo de
la guerra y el hambre no les deja Europa entrar lavándose las manos como Pilatos.
Es el momento de sacar ahora a colación toda una serie de retahílas a cuál más
preocupante. De ahí que nos tengamos que preguntar: la felicidad que nos
deseamos estos días, dónde la podemos encontrar.
Pasar con una
perspectiva de humanidad estos días exige una serie de actitudes personales y
comunitarias que trascienden lo meramente intelectual y afectivo. Ello quiere
decir que semejante propósito no se conseguirá de manera gratuita ni a
cualquier precio. Más aún cuando existen unos intereses tan contrapuestos
atizados por un egoísmo feroz y en muchos momentos salvaje. Me ha parecido
oportuno, al hilo de todo ello, traer a colación la frase que hace ya más de un
siglo dijo el poeta y dramaturgo inglés Alfred Tennyson “Nunca será tarde para
buscar un mundo mejor y más nuevo, si en el empeño ponemos coraje y esperanza".
Conseguir un
mundo parecido más a una familia que a un mercado especulador no nos por
agotamiento ni nos llegarán muchas veces por sí solos, sino también a los que
en otros muchos momentos nos vendrán dados por personas e instituciones,
movidas por intereses poco claros, por no decir demasiado turbios. Existen
situaciones en la vida que no se pueden afrontar de cualquier manera: exigen
claridad de ideas, por una parte y voluntad firme y contundente, por otra.
Y, por último,
algunas, si son muchas mejor, dosis de esperanza, en medio de una vida donde
parece que todo da lo mismo o donde existe la impresión que ya no se puede
hacer nada. Nunca te declares derrotado/a ti mismo/a; y, si otros lo creen, no
lo asumas sin más y no ceses en el empeño de mantener viva la llama de que aún
es posible que tú seas un poco mejor y, a partir de ello, también el mundo que
te rodea.
Es por ello que,
a pesar de todo, me sobran razones para desearte de corazón: ¡FELIZ AÑO!
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