¿Arde París? Esa fue la pregunta que Hitler le
hizo a Dietrich
von Choltitz, gobernador militar de la capital ocupada, justo antes de
la retirada del ejercito nazi. El momento de lucidez de aquel personaje frustró
los deseos del dictador y París -la ciudad- se salvó de la devastación.
Esta vez no ha sigo una acción voluntaria la que
ha echado abajo una pieza de la Historia; de la Historia no solo de Francia, sino
de la Historia de todos. También la Historia de los que somos o no seguidores
de una doctrina religiosa concreta. Su valor histórico, cultural, social es mayor
que la suma de los elementos que componían la catedral.
Recuerdo con tristeza cuando los talibanes
destrozaron a fuerza de dinamita las dos gigantescas estatuas de Buda talladas a los lados de un acantilado en el valle
de Bamiyán, en Afganistán central. Ese día no solo perdieron los fieles de
una religión. Perdió la Humanidad un trocito de su memoria.
Leo y escucho que reconstruir
Nôtre Dame puede llevar veinte o treinta años. Da igual, no hay prisa. Lo
principal es que no ha habido víctimas. La Historia no tiene prisa.
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