domingo, 8 de septiembre de 2019

Camino a Santiago


Y me lo habían advertido: calzado cómodo -ni apretado ni holgado-, la mochila con el peso bien distribuido para llevar la columna estable, etapas suficientemente cortas y con periodos de descanso frecuentes, no atiborrarse con comidas copiosas -aunque nada va evitar que sucumbas alguna vez a la guala-, fruta frecuente y agua, siempre el agua mano. A eso yo añadiría pomada para las ampollas, porque alguna herida vas a tener tarde o temprano. El roce del zapato al caminar, algún resbalón, que siempre ocurre… no sé, cualquier pequeño incidente que surja cuando menos se espera.

Pero es la ilusión de todo peregrino: hacer el camino, llegar a Santiago y, a ser posible, ver volar el Botafumeiro dentro de la catedral, aunque para eso tienen que darse muchas coincidencias.

Para mí es un enigma la razón de esos que prefieren meterse en el coche o viajar en tren y disfrazarse de caminante para recorrer los últimos diez kilómetros hasta la casa del apóstol. No digo yo que sea imprescindible el báculo, las sandalias, gorro con la vieira plantada en la frente, ni el hábito pardo de monje, pero un poquito de actitud nunca está de más, ¿no?





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