El milagro de la vida ocurre
todos los días. Y cada día, al abrir los ojos lo contemplamos. Igual
algunos de ellos amanecemos con cataratas en los ojos y no nos damos
cuenta. Pero el milagro está ahí: estamos vivos.
Y si ayer acabamos
descontentos porque hubo acciones incorrectas, hoy tenemos el momento para
cambiar la marcha. Aunque corramos riesgos. Solo así entendemos el milagro
de la vida cuando dejamos que suceda lo inesperado.
Quien presta atención a su
día descubre el instante mágico. Puede estar escondido en la hora en que
metemos la llave de la puerta por la mañana, en el instante de silencio
después del almuerzo, en las mil y una cosas que nos parecen iguales. Ese
momento existe: un momento en el que toda la fuerza de las estrellas pasa
a través de nosotros y nos permite hacer milagros.
La felicidad, tema
ampliamente tratado, existe. Igual, seguro por mi parte, no es un estado, sino
momentos. Pero, sea lo que sea, es fruto de una conquista. El
instante mágico del día nos ayuda a cambiar, nos hace ir en busca
de nuestros sueños. Vamos a sufrir, vamos a tener momentos difíciles,
vamos a afrontar muchas desilusiones... pero todo es pasajero, y no deja
marcas. Y en el futuro podemos mirar hacia atrás con orgullo y fe.
Pobre del que tiene miedo de
correr riesgos; pobre porque quizá no se decepcione nunca, ni tenga
desilusiones, ni sufra como los que persiguen un sueño. Pero al mirar
hacia atrás -porque siempre llega el momento e mirar hacia atrás- oirá que el
corazón le dice: ¿por qué enterraste el milagro de cada día en el fondo de una
cueva?: porque tenías miedo de perderlo... Entonces, algún día descubrirás que
has desperdiciado tu vida.
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