La vida tiene sus más y sus
menos. Aunque hoy me gusta menos que ayer, siempre me ha gustado vivir. Amigos
y familiares se han ido antes que yo.
Me gusta la vida, sí. Pero
tampoco me preocupa la muerte. Tengo confianza en los medios que me proporciona
el vivir. Por eso me fijo más en el vaso más que en el licor, en el hombre más
en el cadáver. En el cauce más que en la corriente. En la ventana, no en la
puerta.
Sí, ya se que estos no son
problemas. Lo más fastidioso es que el dolor crece en el mundo. Va como loco, a
150 por hora. Jamás hubo tanto dolor en el pecho ni en la solapa ni en la
cartera. El mal crece como una ola que arrasa una isla. Veo cómo llora el pan
la cebolla y también la zanahoria. Pero la vida sigue y por ese dolor unos
nacen, otros crecen y algunos mueren... cómo la cebolla llora, al pan lo
crucifican y a la sal la hacen polvo.
Pero tengo más ganas de
ayudar a reír al que sonríe y ser bueno conmigo en todo.
¡Ah! y también deseo que sobreviva la palabra para que esto que he dicho, que,
al fin y al cabo, son palabras sigan vivas y produzcan sus efectos.
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