El modo en que nació la
transición democrática española dejó muchos cables sueltos. No podía ser de
otro modo. El pacto entre el viejo régimen y el nuevo evitaba tensiones pero
conllevaba limitaciones. Se quedaban pendientes numerosos temas por resolver
(el encaje territorial o una ley de Huelga, por ejemplo). El futuro se depositaba
en manos de un desarrollo legislativo que solamente se ha completado solo en
parte.
Precisamente -y en gran
medida por esa razón- sobre las siguientes generaciones ha sobrevolado un
cierto complejo de inferioridad, una sensación de déficit democrático respecto
a otros países. Al fin y al cabo la Constitución española data de diciembre de
1.978 y, entre unas cosas y otras, es de sentido común pensar que bien merece
una mano de pintura. La sociedad española se lo debe a sí misma.
Pero existe; la Constitución
-con todos y sus defectos- existe y es homologable al resto de las
constituciones de los países de la Unión Europea. Incluso, comparadas con algunas,
resulta ser más progresista en bastantes aspectos.
¿Pero se imaginan ustedes el
escándalo que supondría que un presidente de gobierno español solicitara al rey
permiso para suspender durante un tiempo las funciones del Congreso de los
Diputados para evitar cualquier moción de censura sobre su gestión? ¿Se
imaginan, además, el descrédito democrático si el rey aceptara? ¿Se imaginan cómo
abrirían sus informativos las cadenas de televisión de medio mundo, los
titulares de periódicos como Le Monde, New York Time, el Frankfurter
Allgemeine, Il Corriera della Sera, The Times o el Daily Mirror, Le Figaro? No
quiero imaginarme los comentarios en las tertulia de la BBC, la CNN, la RAI…:
“El franquismo sigue vivo en España”, “Franco ha vuelto”, “La democracia
española fracasa”…
Pero no; la situación que
describimos no ha tenido lugar en nuestro país. Ha ocurrido en la cuna -dicen-
de la democracia parlamentaria europea, el Reino Unido; un país que presume de
no tener constitución escrita -le basta su Carta Magna-, de tan interiorizados
que tiene su sociedad de los principios democráticos. Una Carta Magna, cuyo
original está redactado en latín antiguo y que data de 1215. Y que no es otra
cosa que un pacto arrancado por los nobles ingleses al impopular Juan I.
Bienvenidas sean las
lecciones de democracia vengan de donde vengan, aun nos quedan muchas
deficiencias que corregir en nuestro país, pero determinados complejos podríamos
empezar a ponderarlos en su justa medida.
Además, me parece que el
Brexit está dejando en evidencia aspectos de la personalidad del pueblo británico
que dan qué pensar…
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