Que los tiempos cambian -y
cada vez más rápidamente- ya es cosa sabida. Las grandes potencias que en el
mundo son ya no hacen sus guerras entre sí en un campo de batalla, ejército
contra ejército, tanques, aviones, acorazados o ciudades reducidas a ruinas. Ya
no, eso queda para los países pequeños -Libia o Siria, por ejemplo-.
Los grandes no. Los grandes
libran sus guerras en despachos con moqueta, manejando los hilos de la
economía, subiendo y bajando aranceles, imponiendo trabas a la importación de
productos de industrias estratégicas. Y cuando en otros tiempos era
imprescindible ocupar un territorio con tropas para esquilmar sus recursos, hoy
es el control de patentes, derechos de propiedad intelectual, copywrites y
marcas.
Antes eran el oro, las
especial, el caucho, los diamantes, el agua. Hoy el control de la energías renovables,
las comunicaciones, la tecnología 5G. Cambian las formas -e incluso los
enemigos-, pero el trasfondo permanece idéntico: poder y/o dinero.
Antes eran los tramperos y los
exploradores los que abrían la senda de la conquista, después llegaban los ejércitos
(las legiones romanas, los tercios españoles, la armada británica…), después
los comerciantes (las compañías de las indias); hoy ese papel lo desempeñan los
departamento de investigación de las grandes corporaciones.
Y si antes fueron los
protagonistas el imperio español, el británico, el francés, el chino, el japonés
o el ruso, hoy son Estados Unidos y China los que defienden sus intereses,
mejor dicho, los intereses de sus grandes multinacionales -Apple, Huawei,
Samsung, Microsoft, Google…-
¿Afectados?: Todos. Nos
vendieron que la globalización era la panacea para nuestros males; que al estar
todas las economías relacionadas y dependientes unas de otras, nadie se atrevería
a romper la baraja. Pero, ahora, si alguien osa ahora retirar una carta del
castillo de naipes toda la estructura se pone a temblar.
Y en el horizonte una
nueva recesión. No salimos de una y ya se avecinan las nubes negras de la
siguiente.