Somos distintos al resto de
España -ni mejor, ni peor: distintos-. Que allí hay ciudades con mucho arte y
más historia... sí. Pero más conservadoras, menos abiertas al mundo. Nosotros
estamos abiertos en tres continentes. Por allá quedan cerrados en solo uno. En
este nuestro mundillo las olas han traído a mucha gente de sitios diferentes:
norteafricanos, nuestro pringue europeo y no digamos nada de las olas que
fueron y volvieron a América. Es hoy y seguimos, atrayendo a millares de
extranjeros, cuyos empadronamientos constituyen el 15 % de la población total.
Quizás no hemos aprendido de
nuestro pasado, un pasado no tan en el ayer, sino que continúa creciendo hoy:
la apertura a los horizontes más cercanos que son los que nos llevan a los más
lejanos, que nos ha hecho ser una sociedad mestiza. No hemos caído en el fallo
de que, haciéndonos los débiles, vamos a buscar resortes fuera de nuestras
tierras, olvidándonos de aquellos que han parido nuestros progenitores. Y ahí
siguen con sus escritos, novelas, historiografías, dando testimonio de un
pueblo siempre en marcha y evolutivo. Esos, los más sabios, hay que rescatarlos
y juntarlos con los presentes.
Las sombras suelen engañar
con sus reflejos. Todas parecen grandes cuando las vemos pasar a nuestro lado.
Por eso hoy nos confunden con sombras engañosas en casi todas partes. En el
otro lado del mundo se nombra con veneración a quien casi todos desconocen en
su propia casa. Nunca habrá identidad si se ignora y se orilla a lo más sabios.
Y la ingratitud termina derivando casi siempre en una peligrosa soberbia, que
no nos deja ver el bosque de nuestra propia historia. Hace falta perspectiva,
tiempo, y a veces, mucha suerte, para que la justicia poética termine poniendo
a cada cual donde realmente merece. Los que se fueron no tienen sombra. Somos
nosotros los que debemos velar por su reflejo y por su presencia. Que no nos
siga confundiendo el ruido de lo inmediato.
Por eso, mientras otros
hablan de cerrar puertas y ventanas, nosotros las mantenemos abiertas.
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