Hablaba mucho de los demás.
En todos veía uno o dos fallos y no tenía vergüenza alguna en airearlos
públicamente, no cabía la menor duda: era una persona que caminaba por la vida
con una mochila que tenía dos fardos; uno le colgaba por delante y lo llevaba
lleno de los defectos de los demás. El otro, que contenía los suyos propios, le
colgaba por la espalda, allí donde no llegaban sus ojos.
- ¿Por qué siempre estás
hablando de los demás?
- Porque quiero que se
mejoren y, mejorando cambié el mundo.
- Explícanos, pues, ¿cómo
podría hacerse ese cambio sí no lo
vives, cómo mejorar si no te conoces a ti mismo?
Su interlocutor aún está
esperando una respuesta.
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