– Llamó Irene –dijo él. Ella pareció sorprenderse, pero sonrió de inmediato y preguntó:
– ¿Qué dice, necesita algo?
– Nada… hablar contigo. Llamará en otra momento.
– ¡Bien! –exclamó la mujer–. Tomaré un baño. Ir al súper me agota.
– Irene la de la peluquería –había dicho la primera vez que le mintió –¿Nunca te hablé de ella? Nos conocemos desde niñas. Se casa pronto y la acompañaré a elegir algunos muebles. Es una pesada. Si no fuera tan buena… ¡Pobre!
Durante la mañana de uno de aquellos días, sin levantar la vista del diario el esposo preguntó:
– ¿Cómo le ha ido a tu amiga Irene?
– Es muy dichosa… No hace más que hablar de sus cosas. ¡A veces me resulta egoísta! En fin. Me limito a escucharla.
Al parecer “Irene” volvió a llamar días más tarde. Él se lo comentó justo cuando ella estaba por comunicarle que vería a Irene más seguido para ayudarla con el embarazo.
– ¡Es tan exagerada, parece como si no pudiera valerse por sí misma!
A las primeras dos llamadas siguió otra, dando la casualidad que cuando se daban ella estaba en el baño o haciendo compras en el súper. El tema la tenía sobre ascuas y deseaba hablar con ella para constatar al menos que existía. No dejaba de preguntarse quién sería esa Irene del teléfono.
También temió que su marido, enterado de la verdad de sus salidas, estuviese jugando con ella antes de tomar una decisión definitiva. Eso le preocupaba, quedaría sola. Prefirió no comentárselo a Gabriel, el tiempo que pasaban juntos se les iba tan rápido que le daba pena perder minutos en transmitirle su tonta preocupación…
Uno de los mensajes de Irene quedó en el contestador. ¡Existe! Había una Irene real en alguna parte, y al parecer estaba bastante interesada en ponerla nerviosa. La voz le resultó completamente desconocida. Se puso tan nerviosa que, en su afán por borrar el mensaje antes de que él tuviese oportunidad de oírlo, omitió anotar el número que la tal Irene dejara para “definir una entrevista”. Nunca una amiga emplearía esos términos…
¿Qué pasaría si “Irene” llamaba luego que ella dejara una nota avisando que estaría con ella en el cine? Nunca le había sucedido algo tan insólito, hasta le parecía sentir la adrenalina.
Esas llamadas de teléfono -que ella desconocía- comenzaron a darte repentinos escalofríos, aunque en el fondo ella estaba convencida que difícilmente su esposo la descubriría. ¿Por qué? Porque su esposo es de los que no cambian, nunca encontraría la forma de descubrir a Gabriel.
Recuerdo que alguna vez le dio la alegría de contratar a una mujer que se hiciera pasar por Irene, le presentaría a su marido Gabriel versus cortada y santo remedio.
Pensando en ello no se dio cuenta que su esposo de siempre, con su cara aburrida de siempre, entraba en el dormitorio y le dijo en el mismo tono aburrido de siempre:
- Tu amiga Irene te espera en la sala, pero no creo que hoy vaya a dar a luz.
Sintió que se aflojaban las piernas. No podía comprender lo que estaba ocurriendo. Y pronto sin muchas explicaciones se dio cuenta que su marido le había seguido los pasos.
La mujer estaba de pie y acercándose se presentó diciéndole:
- Soy Irene la esposa de Gabriel. ¿Sabe usted a quién me refiero, verdad?
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