Son las seis y cuarto.
Desde la terraza del hotel frente a casa
llega lo más parecido a un olor a resignación. Se nota alguna cara de espanto. Gente que pasa por la
calle, al escuchar el alboroto, se paran expectantes ante el tumulto. Sonaron
las seis y media y se abrió el portal de aquella casa de acogida. Dos personas
mayores salían con cara de enfado. Le seguían jóvenes de unos treinta años
mientras decían en voz alta: "¿ustedes acogen o maltratan?".
Tras ellos aparecieron dos
personas más a las que les brillaba el filo de sus dientes y los ojos cargados
de rabia queriéndoles meter de nuevo dentro de la casa.
Una señora de mayor edad que
los que allí estaban pasaba en ese momento y, agarrada a su muleta con una mano
apoyó la otra en un árbol de la acera y, contemplando el espectáculo,
escuchamos como decía:
- Yo pertenezco al pasado, la
sangre que se mueve por mi cuerpo está ya cansada. Pero ante lo que veo no voy
a dejar que los cristales de mis gafas continúen empañados, ni a callar como si
no sintiera dolor. Desde joven me gustaba la poesía y todavía, con voz quebrada
y sin mucho esfuerzo, la fuerza de mi sentir que valora y denuncia se va a
seguir oyendo. Haré lo posible porque este bochorno donde se explota la
enfermedad de los demás se convierta en lo que debe ser: un servicio a la
sociedad.
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