Los diez últimos minutos eran
los que más largos se le hacía, especialmente hoy. Tampoco quería que nadie le
viera ansioso. No le apetecía tener que improvisar una respuesta y contar la
verdad -su otra vida fuera de las cuatro paredes de la oficina-. Ya le había
costado algún que otro disgusto. Incomprensible, pero así era.
Primero llegar a casa, matar
el hambre con cualquier cosa y quizás unos minutos en el sofá, los justos para
echar una cabezadita, recuperar un poco las fuerzas. La noche podía ser larga
-en estos casos, se sabe cuando empiezas pero no cuando acabas-. No era la
primera vez y, quizás, no fuera la última que había tenido que empalmar unas
cosas con otras y plantarse de nuevo en la oficina sin haber podido pasar por
casa.
“Cinco minutos más y ya”, se
dijo a sí mismo. El resto de compañero ya estaba recogiendo, cerrando sus
ordenadores o mirando los últimos “guasap” recibidos. Se fijo en sus caras, se
sabía sus vidas de memoria: el padre con dos hijos, harto de su vida
previsible; Martita –“la nueva”, aunque llevaba más de un año entre ellos-
estudiante preparando su acceso a la universidad para mayores de 25 años. No
hablaba de otra cosa que no fuera de las putadas que le hacía su novio… y así
sucesivamente, uno tras otro.
¿A quién contarle que esta
noche le esperaban al otro lado de la ciudad para pasarse horas haciendo algo
totalmente diferente a su trabajo diario de mover papeles y cuadrar balances?
Cuando alguna vez, hace ya tiempo salió el tema recibió tantas críticas que,
desde entonces prefirió mantenerlo en secreto. No lo entendía, él se sentía
orgullos, le llenaba, o por lo menos le compensaba con creces de otros vacíos.
Daba igual la razón.
- ¿Te vas para casa o tienes
plan? -le preguntó su compañero de la mesa de la derecha.
– Sí, a casa -le respondió
escuetamente Guillermo. E hizo ademán de estirar los músculos, desperezarse,
para darle tiempo a salir y no dar más explicaciones.
Precisamente él fue uno de
los que torció el gesto cuando se lo comentó una vez.
- ¿Y tú pierdes el tiempo en
esas cosas? Esos son problemas que tiene que resolver el gobierno. Además, ahí
debe haber gente que no se merece el esfuerzo. A saber cuánto aprovechado os la
cuela…
Los pocos, mucho menos de los
que pensaba, que recibieron la novedad con agrado se quedaron en eso.
-¡Jo! Te admiro de verdad. Yo
no podría ¿Y no es peligroso? -le llegaron a preguntar.
Hasta su jefe, el titular de
un bufete de abogados de relativo prestigio le llamó una vez a parte para que
le aclarara el tema.
– A mí no me importa lo que
haga usted fuera de sus horas de trabajo. Pero lo que le pido -aunque a
Guillermo le sonó más a una exigencia que a un ruego- es que “eso”
(textualmente dijo “eso”) no influya en su rendimiento laboral…
Desanimado, no entendiendo
nada, en adelante prefirió no volver a sacar el tema y evadir cualquier
pregunta relativa a “su otra vida”. A fin de cuentas ¿cómo explicarle a la
gente que dos, tres, cuatro veces -o las que fueran necesarias- a la semana, a
la salida de su trabajo, Guillermo dirige sus pasos a un viejo local, más un
almacén que otra cosa, en cuya fachada, pintado a mano, cuelga un cartel que
dice “Banco de Alimentos”. Dentro, siempre-siempre hay alguien esperando…,
esperando que alguien como Guillermo le ayude a salir del paso de una urgencia
acuciante. A él le toca arremargarse. Lo mismo toca cargar o descargar las
donaciones que llegan, que hacer las fichas para llevar un control de lo que va
quedando.
Allí se pasará las horas
que procedan hasta que no quede a nadie que atender, el último bote de tomate
que colocar en una estantería y escuchar alguna de las historias que algún
compañero cuente o vivido en esas largas jornadas que en más de una ocasión
acaban cuando ya sale el sol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario