Era un domingo cualquiera.
Sentados bajo el follaje de aquellos espesos árboles tomábamos un aperitivo
acompañado de las tapas de salmorejo. Después de una hora larga de estancia
tranquila, aparece de repente una manifestación que, en tono pacífico,
pregonaba la necesidad de un mundo otro.
Eran consignas de orientaciones fáciles
de asumir por ser de sentido común .
Todos queremos la paz,
decían. Pero para hacerla posible hay que construir caminos más llanos y en
dirección opuesta a la que están enfocados ahora. No puede venir la paz
mientras caminas marcando y haciendo crecer las actuales grandes diferencias
entre ricos y pobres. Mientras unos pocos posean casi la misma riqueza que la
mayoría. No puedes seguir avanzando por caminos que llevan a que la mayor
industria del mundo, la armamentística, sea precisamente la ganadora. Y por
supuesto, nunca por caminos del rencor, odio o similares.
No tuvimos más remedio qué
unirnos a la fiesta, cambiando el motivo de nuestra celebración.
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