sábado, 17 de noviembre de 2018

Madre e hijo


Desde lejos veíamos a una mujer que corría. Aunque tropezaba a veces seguía corriendo. Al hombro llevaba una pequeña mochila y en sus brazos un niño pequeño.

Miraba para todos lados. Quizás quería detenerse, parar y descansar. Pero no lograba encontrar ese sitio, esa pausa sosegada y segura que las madres precisan. Un sitio donde el viento apacible jamás se interpusiera entre su pecho y el labio de su hijo.

La vimos llegar con su cara de búsqueda. Pasó cerca de nosotros. Vimos cómo buscaba por las calles, jardines y bajo los tejados de las iglesias y por los caminos desnudos y carreteras llenas de árboles buscaba un rincón. Y siguió corriendo.

En la orilla de un río cerca del mar veo una barca vacía y de repente dos  jóvenes que se montan en ella y pienso:

- Podría irme con ellos. ¿Qué es lo que perdería? Pierdo el cariño de unos vecinos que tienen el mismo problema que yo: "buscar un sitio para dar de comer a su hijo; si nos quedamos aquí el futuro lo tenemos claro -seguir buscando-. Si nos vamos igual tenemos la suerte de encontrar pan para mi hijo”.

Y mientras el niño sollozaba débilmente, pasaban las horas, los días, las semanas...  colgado de la espalda de su madre, para quien el peso ya se le estaba haciendo un poco duro.



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