Primer
día.
Volví
a Madrid después de 30 años, cuando termine mis estudios. Llovía. Al pasar por
la plaza mayor una teja roja cayó sobre mi cabeza. Y me caí sobre la caera, al
tiempo que le preguntaba a un caminante:
-Señor
¿dónde está la playa?
- Caballero,
en Madrid no hay playa
Segundo
día.
Salgo
de viaje con una meta clara: mi destino es no llegar a ninguna parte.
Tercer
día
Quiso
dejar una huella en la vida de su nieta y caminando, caminando por otros
sitios la iba borrando.
Cuarto
día
Saliendo
del parking una pareja que debían ser abuelos comentaban: “No te puedes anular
como persona por estar al cuidado de tus nietos”.
Quinto
día.
Se
me había olvidado que vivo en territorio bajo vigilancia. La mordaza todavía
existe.
Sexto
día
La
utopía está cerca. Ya no es tiempo de pensar, sino de observar las cosas de
forma distinta.
Séptimo
día
Volví
a la casa iba con mis padres cada verano. Una mujer de unos cuarenta años,
secándose las manos con el delantal, me abrió la puerta. Le dije que hacía
mucho tiempo viviendo aquí y que era masoquista y le pedí que dejara entrar en
la caja para verla. Cerro la puerta y con el pestillo.
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