Cuando se cierra el mercado,
y los empleados van saliendo, yo sigo sentado al borde del camino a verte pasar
a buscar el coche, que dejaste aparcado junto al trabajo. Y veo tu perfil
pasando delante de mí, conduciendo y sin darte cuenta de mi presencia.
Día tras
día no falto a esa cita con mi timidez. Al cabo de unos meses diste cuenta de
mi presencia cada tarde allí. Y a los pocos días, consciente de que no podía
ser una simple coincidencia paraste el coche y escuché como decías: “Amigo, ¿va
hacia la ciudad? ¿Quiere que le lleve?”. Así empezó nuestra historia. Una
historia donde siempre se repiten momentos así, donde hay que saber esperar el
uno por el otro o el otro por el uno.
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