Hacía tiempo que le tocaba la
ITV. Hoy por una cosa, mañana por otra se había dejado ir. Como hipocondriaco
que era alguna vez manifestaba su preocupación: “He de ir mañana, no quiero que
cualquier asunto negativo me pille en la calle y me deje sin poder conducir,
¡que es mi vida¡”. Y como descuidado era también un clásico: “Mañana será otro
día”.
Son ya sesenta .Tendrá que ser
más precavido porque a los setenta ya tendrá que tener cuidado con las maniobras y las
curvas, caminando entre tanta gente o simplemente conduciendo y mirando el
paisaje. Sus reflejos de mi portador ya no serán los mismos que cuando empezó a
salir a las calles.
Por aquellos días, en uno de
los cuales ya tenía hora pedida para la revisión, un grupo de antiguos alumnos
organizaron una salida al campo con tienda de campaña para dos noches. Cosas
que él ni de joven, ni con mucha faena en el trabajo había faltado nunca. Y una
simple inspección no le iba a quitar esa oportunidad.
De las tres noches acampados
una la tuvo que pasar a la intemperie, dado que al romperse una de las tiendas
que llevaban y no caber todos se turnaban entre ellos.
A su regreso comenzó a
preocuparse más, dado que la zona que le servía para pararse le estaba dando la
lata. Una especie de pulpa de color amarillo seco comenzó a salirle. Y con los
días se acrecentaba, y tenía miedo de conducirse por la vida con aquel
problema. No podía pasar las horas corriendo. Había momentos en los que le era
necesario frenar. Y se decidió a pedir la hora. Además, le había salido en aquella
zona como una especie de zona húmeda
que rodeaba a la pulpa. Sus amigos
también se lo advirtieron. Uno de ellos, albañil de profesión toda la vida, le
comentó que, eso en su trabajo – humedades en la pared- era un problema a
solucionar ipso facto, pues, sobre todo, si era en una casa antigua, podía
tener el problema de una mala cimentación y venirse la pared abajo. Todos los
colegas se asustaron un poco al tiempo que quedaban tranquilos pues recibieron
su solemne promesa: Mañana seré yo el primero en la cola cuando abran la
inspección.
Llegó, por fin, el día
siguiente, y su amigo no había llegado de la inspección ni se veía su coche
aparcado cerca de la casa como siempre y, más asustados aún, cuando tocaron el
timbre de su casa y nadie respondía. ¿Le habrá pasado algo? ¿Habrán tenido que
hacerle alguna intervención? Eran las 11 de la mañana cuando Atanasio, con cara
de triunfante entró en el corralito – así llamaban a su lugar de reunión y
donde jugaban al dominó o traían a sus señoras para distraerse
todos juntos con el bingo-. Sostenía su caminar con un bastón y de las plantas
de los pies salían unas ligeras vendas. Preguntado que fue les contestó: “Son
las vendas que con una crema médica curan y secan la humedad que, junto a una
pulpa, me habían salido en la zona donde se frenan los coches y que, como les
contaba a ustedes, me impedían estacionarme bien.”. ¿Y al coche, preguntó otro,
le aprobaron la ITV? -¿De qué ITV hablan ustedes? Medio enfadados le dijeron:
¿Pero y la inspección, y la pulpa y el frenaje no eran por la ITV? Atanasio,
respirando tranquilamente por que le habían curado aquella zona húmeda que
tanto le preocupaba a su amigo el albañil, sentándose en medio de ellos les
dijo: “que cuando la TV?. Casi siempre al mediodía, después de comer”. En
silencio total fueron dejando al corralito mientras Atanasio, con cara de
contento, miraba su reloj. Era ya mediodía.
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