Se acuesta y a las dos o tres
horas ya está despierto. No puede conciliar el sueño y se levanta a leer, a ver
la tele, a limpiar algún trasto viejo de la casa…
Como de costumbre, había
pasado una mala noche. Da vueltas en la cama, lee un libro, escucha algunas
grabaciones. Así lleva varias semanas. Algunos amigos al ver la cara con la que
llegaba al trabajo y se mantenía en el mismo se interesaron por lo que le
pudiera estar pasando y le recomendaron hiciese frente al problema. Era
consciente de engaños y maldades recibidos que de alguna manera pesaban sobre él.
Y también lo era que el mismo había causado situaciones de engaño para otros.
Por regla general todo lo que
le agradaba era vano, fruta prohibida rozando incluso el peligro como aquel que
saborea de un atardecer de fuego en los pinares. Y, aún acostumbrado a ello, le
sobresaltó una palabra, un aroma, una mirada que se cruzaron. Después que se
cruzó con ella bordeando el río de la mano de su pareja, aunque ya hiciera ocho
años de su separación, sus ojos, como espada lacerante quedaron clavados en
ella y hacia ella giró su arco y disparó su flecha. A mitad de camino paró el coche y buscó y
rebuscó en Facebook. No tardó en encontrarla y, sin vergüenza alguna, debajo de
una de sus fotos, no solo puso me encanta, sino un comentario: Ayer tarde eran
las 19.20 horas cuando te volví a encontrar. Pasarás mañana por allí, pero será
mi mano la que llevará cogida la tuya.
A la noche siguiente, después
de ese paseo de las dos manos por el río, durmió espléndidamente.
A veces nos torturamos en vano...qué fácil fue!
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