El agua cae con fuerza. La ciudad
se despereza. Calles que parecen barrizales. Otras que se asemejan a barrancos.
La gente va abriendo los ojos. Es domingo y aún están en la cama. El sonido de
la lluvia cayendo en las ventanas de sus cuartos les despierta. Acostumbrados a
pequeños jaboncillos en la ducha, el gel en forma de lluvia les sorprende.
Falta teníamos. Casi que ni se notaba el invierno. Busco el paraguas por
todas partes y no lo encuentro. Hace tanto que no lo uso que no sé dónde lo he
puesto. ¿Cuánto tiempo durará?
El trayecto desde la casa de mi
hijo fue lo suficiente. Ha vuelto a llover, pero no tan intensamente como en
aquel momento. No te imaginas varios días lloviendo en la isla de esa forma.
¿Cómo sería? ¿Cuántos apuros pasaríamos? La gente corre bajo el paragüas,
parece que hablan, se les nota en sus facciones como cuando se gritan. El agua lo
empapa todo también los diálogos. Y las zapatillas que compré en las rebajas,
ahora sí que se han rebajado. Igual sirven para ponerlas en un cuadro como
recuerdo de un día de lluvia en nuestra ciudad. En la cocina hemos encendido el
horno, y por las calles ves a gente que, como nosotros, disfrutan del aguacero
(¿por qué decimos “agua cero” cuando llueve mucho?).
Dejamos a gente de la familia en
casa, también a los que han venido de otras latitudes a celebrar el primer mes
del año. Todas las cosas quedaron a medias por ver la gran lengua, que en forma
de corriente de agua (o viceversa mejor, la gran corriente de agua que en forma
de linterna…) corría por las calles cercanas. Y volvieron a sentarse en la
mesa. Es cuando recuerdo que el becerrito se quedó con un pequeño cubo de agua
no más, y que el de la vaca recién parida aún no se le ha llevado. Me levanto,
tomo los utensilios y me voy a la parte trasera de la casa. Subo la vieja
escalera en espiral que lleva al pajar. En la esquina de un escalón un viejo
balde recoge goterones que caen del techo y llegando a la azotea percibo el
bullerío festivo que hay montado en la calle. Todo el personal se ha juntado
como ramas de un árbol llevadas por el viento para celebrar un día sin puntos
ni comas. Bajo corriendo, aviso al personal que estaba ya en la mesa preparado
para comer y se unen a la fiesta popular. ¿Un día desordenado? ¿Por qué?
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