El Senado polaco
acaba de aprobar una ley que sanciona la expresión de “campos polacos de
exterminio” al referirse a los existentes en su suelo durante la II Guerra mundial,
construidos por los nazis para el exterminio de judíos, comunistas, gitanos y demás
víctimas de las que quería deshacerse aquel régimen genocida. La misma ley
-promovida por el partido -ultraconservador y nacionalista en el poder- considera
ilegal la mera insinuación de una posible colaboración de las autoridades de la
época de uno y otro país en la llamada “solución final”. Argumentan los
defensores de la nueva ley que solo pretenden salvaguardar el buen nombre de su
patria.
Vano intento,
creo yo. Con esta medida lo que se consigue precisamente es lo contrario:
atraer las miradas de la gente sobre un periodo de la historia que -para
empezar- nunca deberíamos olvidar. Ocurre siempre que, de algún modo, subyace
un complejo de culpa. Pasó ya en Argentina, allá por 1.986, cuando una
dictadura agonizante promulgó la “Ley de Punto Final”. Antes, dictadores como
Pinochet se sacaron de la manga leyes y decretos que amnistiaban determinados
delitos -los suyos- para quedar a salvo de cualquier acción judicial que les
pidiera explicaciones a la vulneración de los Derechos Humanos de la gente.
Una y otra vez,
quienes no tienen la conciencia tranquila intentan ponerle puertas al campo,
cierran los ojos y esconden la cabeza, cual avestruces, pensando que la
Historia (la que se escribe con mayúscula) tiene la memoria tan frágil como
les gustaría.
No sirve de nada
negar el pasado. En nuestro país lo sabemos bien. El año que viene habrán
transcurrido 80 años desde que acabara nuestra guerra civil y aún colean temas
pendientes -tumbas en las cunetas, símbolos de la dictadura franquista, etc.-
sin que la ley que de la Memoria Histórica le haya dado solución.
Cerrar en falso las
heridas solo conduce a tener que retomar el tema más adelante. No es cuestión
de abrirlas una y otra vez -actitud que solo lleva a la melancolía-, pero
ignorar la existencia de la realidad histórica (pasada y presente) es un tan falso
como inútil.
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