Hace solo dos
días que llegaron a nuestro planeta. Les dejaron en un barrio neoyorkino. Los
primeros días están enterándose de donde están. Salen, caminan, se paran
siempre que escuchan algo que les llama la atención. Y en una plaza media
abarrotada alguien hablaba. Se acercaron y casi llegaron a la primera fila. Y
oyeron aquel hombre que hablaba así:
-Es algo así
como un mal sueño, que ya está durando mucho, y del que algunos (deberíamos ser
todos) necesitan despertar y otros igual se han acostumbrado a tenerlo en sus
corbatas. Cuando la lengua se le escapa apenas de la comisura de los labios
comienza a vituperar contra los que no tienen su mismo pensamiento y expresan
ideas diferentes.
Hasta su
expresión facial, cuando sale raudo y veloz a su tribuna de prensa, parece un
lobo rugiente que les está diciendo “atrévanse a opinar diferente”. Todavía no
se ha enterado que aún queda algo de prensa independiente. Dicta normas no solo
contra los inmigrantes, sin contra toda prensa, personas o instituciones que
los defiendan. Le importa un pepino lo que diga el Tribunal Constitucional,
pues “aquí mando yo”. De hecho, algunas de sus decisiones son llevadas a juicio
y algunas ya han sido rechazadas por los jueces. No hay político que le haya
precedido que deje de criticarlo. Y él cada día más feliz.”
Al escuchar
estas aberraciones, que en su planeta ni se pensaban, uno de ellos preguntó: ¿y
qué jueces lo han nombrado en ese puesto castigando así al pueblo? Unos
quedaron enmudecidos preguntándose si aquel individuo habría nacido ayer que no
se habían enterado de nada. Y otros, la inmensa mayoría, bajaron la cabeza deseando
en aquel momento no haber nacido. Y todo por la respuesta del conferenciante:
No lo ha nombrado ningún juez, es el pueblo quien le ha sentado en ese sillón.
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