A la primera
impresión de susto -se puede derribar una roca instantánea que te deja como
paralizado-, sigue la tranquilidad que surge del constatar que, cuando entras
en ese espacio pequeño, entre dos rocas gigantes, muchos cientos de personas ya
han pasado ese mismo día antes que tú y están llegando a la luz que proviene
del otro extremo. Y con esa serenidad ya no necesitas ir deprisa. Ahora ya
puedes ir paseando. Das pasos cortos, miras hacia los lados y a la cima. Y poco
a poco te vas dando cuenta que no es una simple piedra. Es roca, piedra, sí,
pero esculpida en tierra por mano del hombre. Para que esta belleza resalte a
ojos de nativos y visitantes, muchos han tenido que sudar, esforzarse, subir
agrestes veredas.
Y la filosofía y
la poesía vuelven a tú mente y te das cuenta que Petra eres tú, somos nosotros.
Esculpidos en grupos desde pequeños en la escuela hasta cuando eres mayor y
necesitas aprender cómo cuidarte. Mientras caminas por aquel barranco piensas
si el trabajo que han hecho sobre ti ha dado el resultado tan positivo como en
el caso de Petra. Y llegando al final del paseo, donde la luz te devuelve a tu
estado natural, enhiesto y en silencio descubres que tu obra es todavía más
difícil e integral y que también el logro es mayor porque habitualmente el
escultor de tu figura interior has sido tú mismo.
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