Es para
preocuparse, aunque en solo un día, la solidaridad de la gente haya aportado el
importe de la multa impuesta a un joven de un pueblo de Jaén -por importe de
428 euros- culpable de un delito de “ofensas al sentimiento religioso”, tras la
denuncia interpuesta por una cofradía.
Inicialmente,
esa denuncia se centraba en la vulneración de los derechos de imagen, pero la
sentencia no hace referencia alguna a esta circunstancia. La sentencia habla de
otra cosa bien distinta; habla de un concepto tan subjetivo y difuso como lo es
el sentimiento religioso.
Vaya por
delante el máximo respeto a cualquier creencia religiosa -al menos a aquellas, que
no son todas, que respetan los derechos humanos de hombre y mujeres por igual-.
Pero, al menos en nuestro país, el retroceso en tolerancia disminuye a ojos
vista. Actos, imágenes, textos o afirmaciones verbales que, no hace mucho,
incluso hubieran estado protegidos por la libertad de expresión, hoy son
perseguidos por los tribunales.
Habrá
casos concretos en que haya motivos de querella -no todo vale, por supuesto-,
pero las evidencias demuestran que la intolerancia saca músculo e incluso se
jacta de ello.
Vamos
para atrás… como los cangrejos.
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