martes, 20 de marzo de 2018

Chicos de barrio


Me habían designado alcalde del barrio. Mediar en los problemas del vecino con el ayuntamiento, hacer de alcalde en asuntos de menor competencia. Las mayores quejas venían de los niños: los mayores no les dejaban jugar en la plaza, no querían que cantaran o hicieran ruido en el parque pues molestaba a los que querían descansar, hay muchas pegatinas en las paredes que no habían puesto ellos y que cogían de cualquier portal para jugar y no eran sino propaganda de prostitutas. Se quejaban también de no tener un espacio para poder pintar sus graffittis…

Anoche soñé con ellos –con aquellos críos-, a los que había defendido hasta el final, los que siempre paran sus juegos para venir a darme las buenas tardes, los que formaron una barrera que me impidió entrar en el ayuntamiento pues se habían enterado de que iba a presentar mi dimisión. Me quedé para abrazarles uno a uno, hablamos de por qué los mayores no hacen caso a las cosas sencillos de ellos y quedamos en que el sábado tarde iríamos al juez de los sueños a explicarle nuestros problemas. Los más pequeños gritaban: “…y que vengan también nuestros muñecos que van a llenarse de bichos por tenerlos encerrados en caja nuestros padres”.

Aquella noche era simpático pasear despacio por cualquier calle. En casi todos los patios o ventanas del barrio varios muñecos colgaban o se recostaban en el césped como tomando aire y llenando sus pulmones para unirse el día siguiente con sus amigos ante el juez y poderles gritar: Los niños somos niños las venticuatro horas. Los niños de antes jugaban, nosotros queremos hacerlo también, los niños si no gritan cantando gritan enfadados como los mayores, por qué gritan ellos y nosotros no podemos?  Y , dictaminando el juez  que siempre fuera mediodía en el pueblo, el momento en que el sol brilla para todos por igual, es justo cuando llegan corriendo los niños del primer grupo que habían sido avisados que el abuelo se estaba despidiendo. El mayor de todos se acercó en nombre de los demás, cogió su mano y acarició su pelo diciéndole: Abuelo, mira hacia nosotros los niños de la plaza. Nosotros creemos que no vas a dejar de hacerlo y, protegidos por tu mirada, seguiremos jugando felices.




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