Al
llegar a su casa era costumbre abrir antes que nada el buzón de correos, que
casi siempre rebosaba propaganda. Después de comer reposaba sentada en el sofá
de la sala leyendo las novedades de Hipercor, Mercadona, DIA... Las bajadas de
precios de algunos artículos es lo que más le interesaba. Y así, al día
siguiente, si encontraba algo interesante que necesitara, se podía ahorrar un
dinerillo.
Con
su pensión, no quedaba más remedio que hacer malabares con los números. Pero
con el tiempo se convirtió en un fin en sí mismo, una especie de reto.
Y
así, varias tardes a la semana, aun hoy, se da un paseo por alguno de esos
hipermercados, buscando lo más barato. Se guía por lo bello y oportuno del objeto en cuestión. No
mira tanto la necesidad cuanto el precio. Y, casi siempre, termina la visita
sin comprar nada. Le basta saber que podría haberlo hecho, no ya por poderlo
pagar, si no por haber descubierto la ganga oportuna y estar allí en el momento
adecuado.
Con
eso se conforma. No necesita mucho más para dar por cumplida la jornada.
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