No
llamaba la atención en cualquier coloquio, aventura o acción que se presentase
a competir. Sin embargo, casi todos cuando tenían alguna dificultad o atisbo de
problema con alguien iban a el a comentárselo, inspiraba confianza. Él había
caído así de bien ante sus nuevos compañeros pues recientemente se había
trasladado de domicilio y consiguientemente de instituto.
Sin
darnos cuenta, él era uno de esos tipos que, no sé si por arte de
birlibiloque, sabían sacar de nuestra
esencia lo mejor de nuestras vidas. Se había empeñado en esta idea central que
procuraba trasmitir a sus compañeros. Hay que disfrutar de las pequeñas cosas
que cada día te ofrece la vida -un hola,
un beso, un abrazo o, simplemente, mirar en silencio a la persona que tienes a
tu lado que te cuida y nunca pide nada. Ello no conlleva, decía, que “te valga
todo lo que pase a tu alrededor”.
Si
dejamos que las cosas sigan su curso sólo porque así está "destinado"
a ser, es negarnos el derecho natural que tenemos a crear nuestras propias
reglas y mejorar nuestra vida. Se trata de, con nuestra edad, saber también
pasar de toda persona nociva o relaciones destructivas.
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