El
pueblo no tendría más de 50 familias. Su cercanía de la capital de provincia y,
al tiempo, su estilo ambiental que le daba un bosque cercano y el afluente de
un pequeño río que por allí pasaba, reunía todas las características para que
un jubilado lo buscase para vivir lejos del ruido de la ciudad y cerca de
cualquier acontecimiento festivo o cultural. De esta manera aquel pequeño grupo
que pasaban horas y horas en torno a las fichas de dominó fue aumentando en
personas, en juegos de mesa y actividades temáticas coloquiales.
Pronto
comenzaron los problemas. Uno de que lo frecuentaban, buen lector e
inteligente, pero rudo y cabezota discutía siempre la puesta en práctica de
algo nuevo, pues, aún comprendiéndolo- decía él- siempre puede traer problemas.
Su argumento siempre era el mismo: “Tengo unos hábitos de vida, que son los que
han hecho sea como sea y tenga lo que tenga. ¿Para qué cambiarlos, si estoy
bien así?”. Por mucho “vives en otro tiempo” que le decían sus amigos, terminó
no yendo a las tertulias, pero sí, a todo tipo de juegos, caminatas y fiestas.
Reacio a conversaciones de jubilados sobre los temas del día, no dejó de ser un
buen amigo, sabiendo, pese a sus cabezonerías que en dos cosas básicas, al
menos, estaban todos de acuerdo: la libre opinión y el pensamiento libre, y el
vivir disfrutando de los momentos. El pasado no era el santo patrono de este
pueblo que, por cierto, los primeros que fabricaron por allí hace unos quince
años le pusieron por nombre JARANA.
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