Poder, ambición,
mando, imposición, perpetuo a ser posible. Son algunas de las cortinas que
cubren el salón de ensayo para su obra especial: dominación, guerra, miseria.
Cierto, los campesinos y mineros siguen desarmados. No se ven en lontananza
barcos enemigos y el horizonte parece despejado. No se oye el correr del viento
y los parques y plazas están en silencio.
Su conciencia es
ella sola. Su criterio es su conciencia y su conciencia su criterio. Ellos son
su propio espejo y cuando las palabras de los otros se asemejen a las suyas
sabrán que viven en paz.
Ayer en
Venezuela, hoy en China las normas de convivencia hay que guardarlas y evitar
caigan por los barrancos. Y la única forma de conseguirlo es que sea el mismo,
el alguien que dicte como vivir en paz. Los juristas tendrán que atenerse a lo
dicho por el jefe, el supremo, el único pensador hablante, al que en otros
sitios llaman dictador. Estando ellos siempre sentados en el trono de mando, no
habrá cañones. Y para ello cambian la Constitución.
No se dan cuenta
que la paz no es ausencia de guerras sino la presencia de la justicia. Es la
que permitirá la libertad de cada uno y volver a cantar en plazas y pueblos.
También en China y en Venezuela.
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