sábado, 31 de marzo de 2018

La casita del acantilado


Era nuestra ilusión de siempre: una casita en los acantilados con salida al campo y a la mar. Y si además tenía un pequeño jardín donde plantar un recio árbol los niños encantados para remarse y el padre para colocar una buena hamaca que le permitiera tenderse a leer el libro que le faltaba de Moby Dick. “Yo quiero hacer una casita para mí y mis amigos con diseño moderno, con salida hacia el campo pero colgando en la  puerta una estrella de mar “, dijo mi hijo de doce años cuando ya divisábamos el lugar que íbamos a visitar.


El portal entreabierto hizo maravillarnos del hermoso jardín que tenía la casa. Tal que en lugar de dirigirnos a saludar al vendedor que nos esperaba en la puerta nos dirigimos al arbolito gritando de entusiasmo donde iría mi hamaca, donde la casita del niño. Alboroto y contento que llegó también al dueño pues con toda confianza tiró un puñado de caramelos sobre el árbol y todos juntos nos pusimos a saborearlos. Y en eso una voz femenina que nos gritaba: “¡Y eso que no han visto el mar!”. Raudos y veloces nos dirigimos hacia la otra parte de la casa. Nuestra admiración era anonadamiento, tan intenso y fuerte que no nos dimos cuenta de cómo el dueño había puesto una documentación delante de nosotros que firmamos.



Al volver la vista atrás dije al que pensaba era el dueño: “Muy bien, le compro la casa”. Su respuesta fue de película: “¡Será venderla!, pues comprar ya la han comprado hace unos minutos”.



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