“Que no se entere mi novio
porque no le gusta que salga a una cena con amigos del trabajo”, “ten cuidado
con lo que me mandas por whasap que, mi mujer lo coge y se lee letra a letra
todo lo que me han mandado durante el día”, ”fíjate si no, en lo primero que
hago cuando aparco el coche en el garaje, me tiro diez minutos por lo menos
revisando los whasaps recibidos y borrando fotos os o textos que pudieran
interpretarse desde los celos”.
Posesión, celos; celos,
posesión. ¿Son nuevos elementos constitutivos de una pareja en la sociedad
moderna que nos toca vivir? ¿Cabe la autoridad y la posesión en las parejas?
Como si estas actitudes, disimuladas o consentidas, fueran una tónica normal de
vida... Se prohíben las salidas con los amigos, se revisan las conversaciones
de redes sociales uno al otro e incluso, se elige con quién o no tienen que
hablar y saludarse… ¿dónde queda la libertad individual?
Creemos que tener pareja
significa estar en posesión del otro porque nos pertenece. Pero poseer no
significa sentir amor, sino inseguridad por temor a quedarse sin el otro, que
es bien distinto.
El amor no es una jaula; amar
no es gobernar al otro. Es dejar ser -sin poseer- en un vuelo acompañado. Nadie
es dueño de nadie, por mucho que estén unidos. Cada uno ha de tener su
autonomía. Sus amigos no tienen por qué ser los míos ni viceversa.
“Te necesito”, “No puedo
vivir sin ti”, “Mi vida pierde el sentido cuando no estás conmigo”, “Me quiero
morir” son expresiones que de vez en cuando se dicen... a mi juicio todas
tienen un denominador común: la dependencia emocional. Depender es un signo de
inmadurez. No necesitamos el espejo del otro para vernos.
Hoy más que nunca, los
estudios psicológicos afirman que la única persona con la que sí necesitamos
vivir es con nosotros mismos, por ello es necesario aprender a amarse y
valorarse cada día. Ya lo dijo Oscar Wilde: “Amarse a sí mismo es el comienzo
de un idilio que durará toda la vida”. Por lo que tener pareja es una
preferencia o elección no una necesidad.