El mundo parece que se ha
parado. La tierra ya no da vueltas alrededor del sol. Hay horas determinadas en
las que no circula coche alguno por la carretera. Los bares con Tv están
abarrotados. Y en el salón de casa se oye el respirar jadeante de los que sentados
están mirando todos hacia Rusia.
No solo en mi ciudad. El
mundo entero está pendiente de ver cómo, por dónde, entre quiénes va a para el
balón. Son muchos los campos por donde corre, pero toda la atención está
centrada en el campo ruso. Las cámaras están repartidas. Mientras unas siguen
las carreras del balón, otras apuntan a las caras de la gente, como la imagen
que ahora se está proyectando del muchacho, que nervioso, con un cuenco de
cerezas en su mano, las devora de un bocado, en lugar de sacarle gusto a cada
una.
Hay amplios grupos que, no
sintonizando con Moscú, dado que la mátrix que ahora tutela Putin no les
cautiva, intentan que los demás tomen conciencia de que ese balón puede unir a
las naciones y culminar con una cita planetaria, donde todos los que en el
mundo revolucionario han sido puedan celebrar sus logros. Como símbolo de ello
llevan unas cajas con fotos del Che que reúne a las naciones y que, con cierta
frecuencia, pasean con cantos revolucionarios, ante los cuales, los fanáticos
putianos responden rompiendo todo lo que encuentran a su paso, como ha ocurrido
hoy con aquel hermoso juego de mar que, al terminar la manifestación, un chaval
del grupo quería regalar al primer chico ruso de su edad que viese.
Ojalá este mundial sirva
también para sellar amistades y vínculos que superen las fronteras y las
distintas ideologías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario