Había venido en plenas
fiestas para apagarnos el ánimo y entusiasmo con que las habíamos preparado,
después de dieciocho años de ausencia de las mismas.
Y así, mientras preparaba con
el resto de participantes nuestra carroza vi de reojo alguien con la intención
de querer abalanzarse sobre mí. De forma súbita y espontánea sentí como, al
tiempo que lo hacía, se atragantó, ahogándose mientras quería escapar.
Lo arrojamos en una carreta
viendo como retorcía los blancos ojos en la cara. Y no nos daba pena que
vomitara sangre por aquellos pulmones de espuma corrompidos.
Amigo mío, cierto que tienes
derecho a expresar lo que no te gusta, pero también tienes el deber de permitir
que, con la misma libertad, los demás expresemos los que nos gusta y hace
gozar.
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