Cuatro años largos vivió bajo
el manto del Opus Dei que cubría sus pensamientos, hasta que un día decidió
pensar por su cuenta y, aunque costándole esfuerzo, abandonó dicho grupo. Verla
hoy en grupos de organizaciones de pensamiento libre es, casi, como un retrato
de la actitud laicista. Su manera de entender la vida está basada en la
experiencia humana y en la relación libre y voluntaria de la gente entre sí y
no en una referencia dogmática que le viene de arriba.
Habíamos quedado en charlar
un rato anoche al acabar la reunión de nuestro grupo. Me quedé maravillado no
solo del cambiazo experimentado, sino de como añadía elementos nuevos de
reflexión a nuestros planteamientos. Ella fue quien dirigió la orquesta de la
conversación a dos y yo, mientras cenábamos en grupo, seguía su apasionante
discusión filosófica que ella apuntaba que tenía unas ideas conductoras muy
concretas : “La Iglesia necesita del laicismo”, “El laicismo espiritualiza a la
Iglesia”, “El ecumenismo, baluarte de la
Iglesia, es, sin embargo, practicado por la sociedad de libre pensamiento.
Antes entendía que la
espiritualidad es poco más que rezar. Ahora es establecer lazos de comunión
entre los diferentes grupos y las distintas personas. Y todo ello conjugado con
el espíritu crítico y la libertad de pensamiento.
En la práctica -en la
realidad- todo pasaba por disponer de estructuras estatales laicas que
garanticen la libertad y la democracia. De
poco sirven los francotiradores por libre. Los objetivos importantes requieren
voluntades colectivas.
Aquí es donde entra el
laicismo como una alternativa humanista que nos lleve al aprendizaje de la vida
en sociedad y de sus exigencias; de la democracia participativa y de la
cultura. Cabe aquí una pregunta: ¿Qué esfuerzos económicos están dispuestos a realizar
nuestros Estados en el financiamiento de las organizaciones filosóficas no
confesionales. Seamos realistas: muy pocos.
De poder contar con ese
esfuerzo -unido al que nace de la gente- podría pasarse de las palabras a los
hechos y, así, paliar el subdesarrollo mental de los ciudadanos, producto del
dogma y la ignorancia.
No confundamos, no caigamos
en los prejuicios de siempre. El laicismo no
es una lucha contra la iglesia, pues aceptando el reconocimiento de las
concepciones filosóficas no confesionales, todos, incluidos los movimientos
religiosos, estaríamos empeñados en la voluntad de construir una sociedad
progresista y fraternal, dotada de instituciones públicas imparciales, garante
de la dignidad de la persona y de los derechos humanos, garantizando a cada uno
la libertad de pensamiento y expresión, así como la igualdad ante la ley sin
distinción de sexo, origen, cultura o convicción.
Todo ladrillo hace pared.
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