Aquella noche mi imaginación
me llevó a verme a mí mismo caminando sobre un mapa de islas. Las separaba un
ancho mar, al tiempo que se unía al cielo y formaban horizontes que se hacían
más y más cercanos. Y así vi a mi corazón sobre un mapa de islas. En el
silencio de mi imaginación, enfrentando las aguas, caminaba por cada una sin
separar las unas de las otras.
No se cómo fue. Debí haber
caminado en la oscuridad, rodeado de muchísima gente y sin escuchar ni oír nada
de nada.
Era como una llamada: ¡A las
islas! ¡A probar nuestro coraje con toda la esperanza en nuestro interior! Las
islas no son murallas ni lugares de retención. Abiertas por entero a los mares
nos lanzan a sueños de apertura o plataformas de respiro para seguir
lanzándonos hacia lo desconocido de la bondad y la fantasía. Y en esta
aventura, ¡nuestros sueños nos alimentarán!
Pues en medio de nuestro vuelo
de fantasía también pasamos por montañas azules, pueblos silenciosos, cardos al
sol, palomos que arrullan las siestas y pequeños incendios cuyo humo aún se divisaba desde
nuestra carretera aérea.
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